miércoles, 22 de enero de 2014

Son libres cuando viene el viento

Nos habíamos sentado en el parque para hablar. En el departamento era difícil poder comunicarnos. Venía cuando se le ocurría y sólo si dejaba la ventana de la cocina abierta. En cambio acá no tenía forma de evitarme, o nos encontrábamos o dejaba de existir.

No puedo sentir nada. No se me mueve un pelo. ¿Por qué había llegado a sentir tanto si ahora ni me puedo acordar? ¿Por qué mi cuerpo se había entregado al espejismo, a eso que no sólo yo creí ver sino que también le señalé a otro?

Lo que pasa es que lo estás buscando. Querés encontrar lo que tenes miedo de nunca sentir y que de hecho dudás si existe o no. Cada cosa que imaginás que es lo que querés, cada espejismo que encontrás lo querés pasar a realidad y quizás ahí es donde te equivocás.

Si miraras ahora el pasto donde te sentás, los pocos amarillos que todavía no quemé al sol y veas que el pasto del otro parque se parece más a un jardín pero que tiene también más manchas, te das cuenta que en una de esas no hay realidad y que no hay diferencias entre lo que imaginás que sentís y lo que sentís. Y no hay que andar volando por todo el mundo para entender eso. O quizás sí, vos dirás para vos y yo para mí. Me voy que ya se terminó mi descanso.


Se saludaron y la ciudad volvió a respirar. Los noticieros pudieron dar la noticia del casi fin del mundo tranquilos. La noticia del día en que la ciudad se quedó sin aire. Casi como si se hubiera tomado un recreo.

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